La praxis de la excelencia universitaria entre la paranoia de sus promotores y la culpa de sus victimas. Hacia la recuperación del deseo docente y la universidad pública

 

 

Resumen

 

Hasta 2015 la universidad de Valencia todavía era la única universidad pública del Estado español que no había aprobado el llamado programa Docentia, a saber, un conjunto de normas dirigidas al control de la actividad docente universitaria. Dicho programa apareció en 2006, en el escenario de la integración del sistema universitario español en el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). En aquel momento la Agencia Nacional de la Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) propuso/impuso al conjunto de las universidades públicas españolas un nuevo programa que desde la aplicación de los criterios de la razón neoliberal (Dardot y Laval) perseguía controlar y gestionar, en términos básicamente empresariales, la actividad docente. La presente comunicación sitúa dicho programa en el proceso de mercantilización de la universidad pública española donde conviven a la par la zanahoria de la excelencia y el palo de la precariedad laboral y docente, la paranoia de la excelencia y la culpa de sus victimas. Las páginas que siguen sostienen que la recuperación del deseo (Colina, 2015) docente pasa por reactivar movimientos universitarios de resistencia. Nacionales como el denominado ‘Indocentia’. promovido por profesores y estudiantes de l a la Universidad de Valencia o internacionales como el denominado ‘Desexcelencia’ surgido en las universidades públicas francesas. Sostenemos que frente a las imposiciones de la ANECA es necesario dignificar la docencia y qué para ello, el primer paso, es abandonar el programa Docentia. Afirmamos que frente a la privatización mercantil de la investigación y la carrera docente que promueve dicha agencia es necesario continuar trabajando en la construcción de una nueva identidad de la universidad pública vinculada al ‘bien común’ donde predominen sus usos sociales frente a los meramente mercantiles y empresariales de la actualidad.

 

Palabras claves

 

Mercantilización universitaria, luchas universitarias, Indocentia, universidad pública y bien común, desexcelencia

 

 

Antecedentes: la universidad española una universidad pública, no tan pública

 

“¿Cómo es posible que, a pesar de las consecuencias catastróficas a las que han llevado las políticas neoliberales. Éstas sean cada vez más activas, hasta el punto de hundir los estados y las sociedades en crisis políticas y regresiones sociales cada vez más graves? ¿Cómo es posible que, desde hace treinta años, estas mismas políticas se hayan desarrollado y que se haya profundizado en ellas sin tropezar con resistencias masivas que las impidan?”

Laval y Dardot, (2013)[1]

 

La memoria del fracaso en la consolidación de una universidad pública en la sociedad española es necesaria para entender su mercantilización actual y para poder afirmar, y actuar en esa dirección, que una universidad pública es posible. La transición de la universidad franquista hacia la universidad democrática no implicó una ruptura radical con sus principios jerárquicos y las formas de gestión autoritarias del franquismo universitario fue, como ocurrió en el conjunto de la sociedad española, una mera reforma que la actualizó y la legitimo en el nuevo contexto político. La Universidad pública que resultó de aquel proceso de transición del franquismo a la monarquía parlamentaria no fue, ni en sus fines, ni en sus medios, formas de gestión y regulación política, una universidad estrictamente pública. A pesar de las luchas que tuvieron lugar en su seno, de las movilizaciones estudiantiles y de las expectativas de igualdad social que suscitó la ‘democratización de la enseñanza superior, durante el proceso transición política española de los setenta o  ‘Inmaculada transacción’[2], tal y como la caracterizaron los sociólogos valencianos José Vidal Beneyto y Alfonso Ortí,[3] los persistentes residuos jerárquicos de la universidad franquista y las innovación de las políticas educativa  procedentes de los modelos económicos capitalistas de aquellos años  imposibilitaron una universidad estrictamente pública. Las sucesivas reformas legislativas de la universidad elitista, jerárquica y masculinizada de las élites dirigentes del franquismo permitieron el acceso a un porcentaje significativo de las clases sociales tradicionalmente excluidas de la educación superior  pero, a cambio, incorporaron ya el concepto de universidad pública como universidad  empresa. ’En suma, del mismo modo que la monarquía parlamentaria supuso una reducción de las aspiraciones hacia la democratización real de la sociedad española, las reformas universitarias supusieron la mera democratización formal de la universidad franquista.

La universidad pública de los años noventa era ya una universidad pública no tan pública pero sobre todo era ya una universidad empresa donde sus usos sociales vinculados a la promoción de la igualdad social y la democratización del conocimiento superior y la promoción no figuraban entre sus orientaciones prioritarias. La reforma del espacio de educación superior europeo, el Plan Bolonia, en la década siguiente, y su concreción en España, consagró, en el contexto de la globalización neoliberal, la mercantilización de la universidad pública y entendida como ‘empresa de la excelencia’. Los términos rimbombantes y vacíos de ‘calidad’, emprendedor’’ ‘motivación’, ‘objetivos estratégicos¡, ‘buenas prácticas’ inundaran el campo semántico de la excelencia. La evolución anterior fue posible gracias al compromiso explícito con dichas políticas de la mayoría de las autoridades académicas de las universidades españolas. También por la pasividad implícita de la mayoría de sus trabajadores. Aún así, las resistencias al proceso también han sido notables,

En términos teóricos, la sociología crítica española ha ido dando cuenta de él. Sin afán de exhaustividad, presentamos tres breves apuntes que, a lo largo de estas décadas, lo han analizado. El primero de ellos se sitúa en sus mismos inicios y describe una realidad asombrosamente semejante a la actual. En 1982 Jesús Ibáñez (1997: 442-448)[4] caracterizaba la reforma universitaria del primer gobierno socialista con las siguientes palabras: “Maravall y su equipo han querido elevar el nivel de la universidad. Aunque sin superar el nivel uno: aplicar el aprendizaje a los puestos de trabajo (de ahí el énfasis en la investigación aplicada, la presencia de empresarios y sindicalistas en los puestos de mando, los profesores asociados). En vez de cambiar la universidad se ha limitado a revolverla. El significado de ‘revolver’ la universidad, lo concretaba cuatro años después en un artículo publicado inicialmente en el diario El País: “Al olor del cebo, la apacible charca de ranas se ha convertido en un estanque de pirañas. Los catedráticos compiten por departamentos, los titulares compiten por cátedras, los no numerarios compiten por un puesto fijo. El error de Maravall ha sido intentar hacer una universidad autónoma, antes de hacerla democrática (antes de eliminar a los padrinos y disolver a las pandillas). Si añadimos el campo semántico de la excelencia en docencia e investigación, el paralelismo con la situación actual, en 2016, es de lo más inquientante.

También la situación de los estudiantes mantiene, salvando las distancias, un asombroso parecido con su situación actual, escribe Ibáñez: “Los estudiantes asisten asombrados a tan poco edificante espectáculo, filtrados mediante selectividades y tasas, humillados y ofendidos, con clases magistrales y exámenes, condenados a un horizonte de paro (el único trabajo al que permite acceder el título). Nadie cuenta con ellos…”

Una década después, Luis Enrique Alonso (1997)[5] constatará como los procesos de mercantilización de la enseñanza superior, la pérdida de autonomía y la ausencia de una democratización de las estructuras de gobierno universitario volvían muy difícil caracterizar como públicas las universidades públicas españolas.

Por último, en la década pasada, la reforma boloñesa y las políticas educativas del PP consolidaron dicho proceso en el contexto de la globalización neoliberal. Un contexto en el que la propia existencia de las universidades públicas se verá amenazada En el artículo la  “La crisis universitaria y Bolonia’, Juan Ramón Capella (2009)[6] resumió con claridad como la educación pública española en general y la educación superior en particular estaban atrapadas en una gran regresión. Una involución que, en determinados sectores a corto y medio plazo, podía conducir a su progresivo desmantelamiento: “Los universitarios de toda Europa-escribe Capella- ven con ojos críticos el “proceso de Bolonia”. Los estudiantes y profesores que exigen la revisión de los acuerdos boloñeses no se pueden aislar, sino explicarse y relacionarse con otras experiencias y con otros movimientos sociales. La mercantilización de las universidades se debe detener. El objetivo de los poderes no es privatizar las universidades, sino gestionarlas con criterios procedentes de las empresas privadas.” Sólo tres años después llegaría un ministro que pondría en práctica las medidas necesarias para llevarlo adelante.

 

Los latiguillos de la excelencia

 

El concepto de ‘excelencia’ es el significante dominante en el actual proceso de mercantilización de la universidad pública española. Su significado articula dos caras complementarias. En la primera muestra un perfil paranoico y se percibe como una categoría ‘auto-evidente’ pero sobre todo ‘inocente’. Es en este segundo sentido donde muestra su perfil paranoico: “Toda locura , -escribe el psiquiatra Fernando Colina en ‘Deseo sobre deseo’- es una extralimitación de la inocencia, como observamos en el caso de la paranoia. Todo paranoico ha repudiado la culpa en vez de asumirla para irla liberando de códigos y normas formales hasta transformarla en responsabilidad personal”. Desde este lugar ejerce una hegemonía, blindada, incuestionable. ¿quién no quiere ser excelente? Su crítica parece una tarea de docentes vagos o maleantes.

En su segundo significado muestra su lado sádico, su apuesta explícita por la competitividad y el rechazo y descalificación de cualquier otro tipo de práctica docente o investigadora que no se vincule directamente a la competitividad y a la rentabilidad económica. Impone desde esta faceta de poder una evaluación permanente que modifica las prácticas profesionales y permite justificar, en términos de rendimiento, la precariedad laboral y culpabilizar en términos individuales a aquellos que no cumplen dichos términos. No hay mayor discurso de poder –vuelve a señalar Colina- que el que engendra la culpabilidad, el que esclaviza a través de la experiencia de la culpa y cita a Barthes: “Llamo discurso de la culpa todo discurso que engendra la falta y por ende la culpabilidad de quien lo recibe” (2015: 26).

Articulando ambos sentidos la categoría de la excelencia deviene una ilustración privilegiada de lo que el filósofo coreano Byul Chun Hang (2012) ha denominado la ‘Sociedad del rendimiento’. Una sociedad que incorpora de la sociedad disciplinar (Foucault) y de la sociedad de control (Deleuze) pero va un paso más. En la sociedad del rendimiento, con el fin de aumentar la productividad se sustituye el paradigma disciplinario por el del rendimiento, por un esquema positivo del poder ya que la positividad del poder suele ser mucho más eficiente que la negatividad del deber. “El sujeto de rendimiento –escribe Han[7]– es más rápido y más productivo que el de obediencia·. Sin embargo, el poder no anula el deber. El sujeto de rendimiento sigue disciplinado. Ya ha pasado por la fase disciplinaria. El poder eleva el nivel de productividad obtenida por la técnica disciplinaria, esto es, por el imperativo del deber. En relación con el incremento de productividad no se da ninguna ruptura entre el deber y el poder, sino una continuidad”. La sociedad del rendimiento deviene de este modo la sociedad de la auto-explotación efectiva: “El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que lo obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo. De esta manera, no está sometido a nadie, mejor dicho, solo a sí mismo. En este sentido, se diferencia del sujeto de obediencia. La supresión de un dominio externo no conduce hacia la libertad; más bien hace que libertad y coacción coincidan. Así, el sujeto de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en auto explotación. Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad. El explotador es al mismo tiempo el explotado. Víctima y verdugo ya no pueden diferenciarse. Esta auto-referencialidad genera una libertad paradójica, que, a causa de las estructuras de obligación inmanentes a ella se convierten en violencia. Las enfermedades psíquicas de la sociedad del rendimiento constituyen precisamente las manifestaciones patológicas de esta libertad paradójica”.

 

El Docentia: breve historia de un Programa ‘Troyano’

 

En este contexto hemos de situar el programa DOCENTIA, un  conjunto de normas dirigidas a la gestión y control de la actividad docente universitaria. Tiene su origen en 2006, en el escenario de la integración del sistema universitario español en el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). En aquel momento la Agencia Nacional de la Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) impuso al conjunto de las universidades públicas españolas un nuevo programa para controlar y gestionar, en términos empresariales, la actividad docente. Se trataba de un programa de obligado cumplimiento y que venía a sustituir a los instrumentos de evaluación docente que las universidades españolas, en el ejercicio de su autonomía, ya estaban realizando.  Un nuevo programa que como los programas ‘troyanos’ del software malicioso permite hacer todo lo contrario de lo que dice hacer. En este caso, lo que permite hacer es controlar y degradar el trabajo docente, así como, reforzar institucionalizándola la precariedad laboral. Mientras lo que dice que permite hacer es ‘mejorar la calidad docente. El marco ‘retórico’ donde se inscribió el programa es el concepto de ‘excelencia’, una burbuja. como la ha caracterizado Antonio Valdecantos[8], donde todo era posible. Desde lo posible: la convergencia europea, la reforma de los títulos universitarios, la excelencia  en la docencia y la investigación, el aumento de las becas a los estudiantes. Hasta lo imposible: que todo ello se realizará, incluido el aumento de la calidad docente, a coste cero.  Es lo que tienen las burbujas cuando se suben a la cabeza

Hay que recordar también las resistencias. Los sectores universitarios más comprometidos con la universidad pública denunciaron dicha estrategia en las universidades y en las calles. Entendieron que todas estas reformas, presentadas con el lenguaje del ‘neomanagement’ eran básicamente eso, ‘neomanagement’. Un paso más en el proceso de conversión de las universidades públicas en instrumentos para la rentabilidad económica de las empresas privadas. Dicha conversión, como denunciaron las movilizaciones contra el Plan Bolonia, significaba abrir las puertas de par en par a la mercantilización de la educación superior española.  También al progresivo desmantelamiento de aquellos de sus sectores menos rentables –humanidades y sociales- en términos de productividad económica. Las raíces de este proceso de comercialización y puesta en venta de la educación superior han sido analizadas recientemente por Derek Bok[9] en la universidad norteaméricana, por Anthony Grafton[10] en la de Gran Bretaña y por  Antoni Furió[11] en la española.

Por último, hay que señalar que el programa DOCENTIA complementaba y completaba en la dimensión docente, otro ‘troyano’ anterior, que ya estaba plenamente instalado en las universidades españolas. A saber, el programa de la evaluación de la actividad investigadora,  conocido popularmente como ‘sexenio’. Dicho procedimiento, impulsado por la Comisión Nacional Evaluadora de la Actividad Investigadora (CNEAI), ha conseguido, con el pretexto de evaluar la investigación de los docentes –utilizando los criterios procedentes de una empresa privada y basados, sustancialmente, en la rentabilidad económica-  subordinar la docencia a la investigación (Gómez; Jódar 2013)[12]. El castigo para los que no investigan con estos criterios es más docencia. A su vez, establece una nueva jerarquización  docente en función de lo que podríamos llamar, siguiendo a Pierre Bourdieu, el ‘Capital Sexenial’, es decir, el número de sexenios reconocidos.

 

Hardware del programa

El harware que ambos programas comparten procede de la concepción neoliberal de la política y de la política universitaria que han compartido los dos últimos gobiernos del Reino de España.  Y los cuatro últimos en el País Valenciano. Se trata de una concepción  que sustancialmente se dirige a  sustituir la sociedad de mercado por la economía mercado. El neoliberalismo como ‘nueva razón del mundo’ genera una norma de vida que como señalan Laval y Dardot (2013), obliga a cada uno a vivir en un universo de competición generalizada, impone a los asalariados y a las poblaciones que entren en una lucha económica unos contra otros, empuja a justificar desigualdades cada vez mayores y, remodela la subjetividad de los individuos,  proponiéndoles  que se conciban y se conduzcan como empresas. Dicha a norma neoliberal ha hecho estragos en las universidades públicas españolas y ha ido progresivamente  ‘naturalizándose’ e ‘interiorizándose’ por la mayoría de la comunidad universitaria. Sus ideologemas centrales, siguiendo a José Carlos Bermejo (2009), son los siguientes:

 

  1. Tanto el Estado en general, como las universidades públicas y sus profesores sólo podrán contribuir al bien común si contribuyen a mejorar la rentabilidad empresarial en todos los procesos sociales de creación de bienes y servicios.
  2. El ser humano por naturaleza es un homo oeconomicus la racionalidad humana exige que el investigador universitario busque los beneficios y evite los gastos. Como los únicos beneficios son los económicos, y la docencia no crea riqueza, el profesor debe ser sobre todo un investigador que contribuya a la creación de riqueza colectiva y que obtenga de ese proceso una riqueza individual.
  3. En consecuencia, el uso del dinero público, los edificios, las infraestructuras universitarias, los asalariados de las universidades, los becarios y todo tipo de medios y recursos han de ser utilizados como instrumentos que sean rentables para las empresas privadas. Este procedimiento no sólo es legal, porque la ley así lo avala, sino que además es el único mecanismo de las universidades públicas y sus profesores para contribuir al bien común.

Se trata de una concepción que, en términos generales, como ya señalo Karl Polanyi, reduce a los seres humanos a su dimensión económica, destruye cualquier idea de lo común como progreso colectivo y condena a los ciudadanos al desamparo y al aislamiento. Su lógica interna, -como ejemplifica paradigmáticamente la actual reforma laboral del gobierno de España, que destruye empleo para crearlo-, consiste en desmantelar lo público para mantenerlo. Las consecuencias de este proceso: el desahucio del tejido y los vínculos sociales se están expresando en la actualidad con una contundencia dramática. Son evidentes incluso para los ‘psico-economistas’ y los científicos naturales.

Aplicada a la gestión de las universidades públicas esta opción se ha concretado en:

  1. a) perseguir la ‘excelencia’ universitaria a través de la ‘precariedad laboral’ de sus trabajadores[13]
  2. b) evitar que los estudiantes universitarios abandonen sus estudios expulsándolos con el aumento de sus tasas de matrícula y con el recorte de las becas;
  3. c) promover la evaluación de la investigación pública con los criterios de las empresas privadas
  4. d) promover la calidad docente devaluándola efectivamente, a través, del aumento la carga docente y la rebaja del salario de los docentes, su devaluación efectiva.

En suma, defender la universidad pública facilitando su mercantilización y privatización.

 

Para entender el éxito y la progresiva institucionalización de las anteriores transformaciones en la universidad pública, hay que comprender quienes son sus principales beneficiados. Con honrosas excepciones, este sector está compuesto por el  PDI que acumula el denominado ‘Capital Sexenial’.  Para ellos, estas transformaciones que nos perjudican colectivamente,  se traducen en beneficios individuales. Ni siquiera necesitan compartir explícitamente el sentido ideológico de las actuales transformaciones neoliberales. Pueden seguir presentándose  como progresistas, incluso creerse seriamente que lo son.  Pero estas transformaciones son  las que les han permitido acumular más poder académico, aumentar sus salarios y reducir su carga docente.  Son un poderoso ‘lobby’ de presión para los equipos rectorales (a veces, se confunden con ellos) pero también para los sindicatos, en general,  para el conjunto de los actores universitarios situados en una escala jerárquica inferior.  A estos últimos les muestran el aro por el que tienen que pasar para alcanzar la gloria académica. Sin la presión de este sector y sus cómplices silencios no podríamos entender como nuestra universidad que ha manifestado públicamente su rechazo a las reformas del llamado ‘Decreto Wert’ ha acabado aplicándolo disciplinadamente. El capitalismo del ego, recordoóel sociólogo alemán Ulrich Beck, engendra monstruos.

 

 

Hacia la recuperación del deseo docente.

 

El deseo, como señala Fernando Colina, alberga lo más propio de uno mismo, pero entraña también lo más heterogéneo. La dialéctica del deseo entraña su consustancial alienación. Nuestro deseo es deseo del otro como reza el mantra con que Lacan describió la situación. En este sentido, el deseo indocente entraña la convicción de que la enseñanza es una misión esencial de la universidad y no un mero producto de consumo sujeto a normas de rentabilidad y se despliega en tres dimensiones. La primera implica deseo de lo otro. Significa que se quiere lo otro, lo diferente, lo que no coincide con uno mismo. Lo que nos falta, lo que no se tiene o lo que no

se sabe. Supone una dignificación de la docencia cuyo desarrollo conduce al concepto de “desexcelencia”, tal y como la han definido los universitarios franceses en su ‘Carta de la desexcelencia’. En este camino, el primer paso exige que cada uno reflexione sobre el lugar que ocupa en la reproducción de la ideología de la excelencia y nos obliga a objetivar la responsabilidad personal en el desarrollo de esta lógica y saber hasta qué punto formamos parte y colaboramos en el funcionamiento de esta mecánica. Nos permite entender que aceptar ciertas reformas generadas en nombre de la excelencia y cumplir las imposiciones competitivas que esta nos reclama, nos convierte en actores de nuestra propia destrucción. En términos más concretos,las propuestas de actuaciones que surgen de este primera dimensión del deseo se dirigen a: a) defender la igualdad y libertad de acceso de los estudiantes a la universidad pública; .b)oponerse a la organización de áreas de conocimiento basadas en fenómenos de moda o de mayor número de alumnos; c)denunciar los discursos y dinámicas que están transformando las universidades en instituciones estrictamente profesionalizantes, prometiendo la adquisición de competencias directamente operacionales; e) rechazar el trato a los alumnos como si fueran clientes o consumidores. Llevando al centro de la docencia dinámicas de construcción conjunta del saber. Enfrentarse a la infantilización de los alumnos en los procesos de aprendizaje que va aparejada con la estandarización de contenidos y de las expectativas y la estandarización de las formas de evaluación y que impiden el desarrollo de la curiosidad y del espíritu crítico.

En su segunda dimensión el deseo indocente, busca el deseo de aprendizaje de los estudiantes. Quiere, por encima de todo que el otro desee. Más que atraernos el otro en sentido estricto es su deseo de aprender el que nos interesa. Seducir no es nada más que conseguir orientar hacia sí la escasez del otro. Se desea al otro bajo la condición que nos desee. Queremos al prójimo en la medida en que está deseoso de nosotros mismos.

Este segundo nivel se puede concreta en las siguientes propuestas: a) mantener una exigencia intelectual hacia los estudiantes, explicándoles sus obligaciones y responsabilidades en materia de trabajo personal y exponiéndoles los objetivos y las exigencias de los cursos, discutiendo con ellos la organización de los contenidos y recogiendo información para valorar el efecto de la docencia y planificar cursos sucesivos; b) crear una enseñanza reflexiva que permita al alumno construir herramientas para interpretar mejor el mundo; c) rechazar los listados de “competencias” que no tengan como principal objetivo la expansión personal e intelectual de estudiantes y profesores mediante la construcción de saberes (pensamiento), saber hacer (métodos) y saber estar (valores); d)promover reflexiones pedagógicas colectivas a escala departamental para contener la creciente estandarización actual de la enseñanza; e) velar porque las líneas pedagógicas institucionales centralizadas no caigan en las mencionadas formas de estandarización docente y de uniformización tecnológica de la pedagogía; f) no promover o participar en cursos, o tipos de formación que puedan producir una discriminación económica; g) no seleccionar nuevos profesores o nuevas promociones que se basen únicamente en su experiencia de investigación y publicaciones o en su capacidad de movilizar fondos de investigación. Las capacidades pedagógicas han de ser una prioridad para contratar docentes.; h) valorar la experiencia profesional en las contrataciones solo cuando esta beneficie a los alumnos y a la investigación; i) exigir que cualquier procedimiento de evaluación externa o interna de la docencia tenga claramente especificados sus criterios y objetivos y recoja los puntos de vista de los evaluados sobre la cuestión.

Por último, en un tercer nivel del deseo indocente tiene que ver con el deseo de una universidad pública como un ‘bien común’. Tiene que ver con la memoria de nuestras luchas colectivas desde la transición política española[14] hasta el presente por una universidad realmente pública; por la lucha por la igualdad de oportunidades y la democratización del conocimiento. Encarna la huella de ese deseo colectivo que nos precede que nos han forjado interiormente que, por no ser nuestro de modo completo, y que debemos compartir con esos otros con los que hemos construido nuestra historia universitaria y ciudadana.

Esta tercera dimensión implica, a modo de conclusión, asumir que la explosión de la burbuja de la ‘Excelencia’ y el Decreto Wert, nos han dejado un panorama desolador. Un escenario donde los estudiantes están abandonando la universidad porque no pueden pagar las tasas y donde el PDI no sabe si cobrará la nómina el próximo mes. Asumir que los sectores progresistas de las universidades públicas españolas no podemos continuar alimentando estas farsas: Excelencia, Docentia, Sexenios…Nos obliga a apostar por la dignificación de la docencia, por la socialización del conocimiento. Nos obliga a entender  que contribuir a la igualdad social a través de la educación superior exige huir del látigo de la excelencia y sus látiguillos, abandonar el mundo del ‘jcerrilismo’ en la investigación, y de los programas docentia en la transmisión del saber. La enloquecida y violenta dinámica en la que ha entrado los actuales responsables políticos de la enseñanza superior española que imponen a la vez más recortes y más exigencias debe finalizar.

Es necesario emprender una movilización colectiva dirigida a construir una universidad pública como bien común, cuya utilidad sea dar respuesta a las necesidades que reclaman los diferentes sectores sociales, comenzando, como no, por promover la igualdad en su acceso. La sociedad del conocimiento, si nos dice algo, es que el conocimiento ha adquirido una centralidad política indiscutible. Ya no es posible pensar, como ha escrito recientemente el sociólogo portugués Sousa Santos, una justicia social sin una justicia cognitiva.

 

 

 

 

[1] Laval, Ch. y Dardot, P. (2013). La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad

neoliberal. Barcelona: Gedisa.

 

[2] La transición política española se inició el 20 de diciembre de 1973 con la muerte de Carrero Blanco. Su primera etapa se caracterizó por un doble movimiento de movilización y desmovilización de las masas populares. En este primer periodo, la aspiración a la democracia formal se convierte en el denominador común de la lucha antifranquista. Frente a una ruptura política radical con el franquismo y una democratización real de los fundamentos económicos y sociales de esas mismas estructuras de poder, la transición del franquismo al postfranquismo se salda con un ‘pacto social’, una salida pacífica y neutralizada de la Dictadura que implica según Ortí (1989:11):” una  pacificación y progresivo “desarme” –desde abajo- de las expectativas de las masas populares y una reducción de los contenidos democrático-populares o socioeconómicos del régimen post-franquista”. Todo ello, a cambio, de la democracia electoral y de la recuperación del parlamentarismo.

[3] Ortí, A., (1998): “Transición frente a 98: amnesia histórica, mixtificación de presentes y denegación de futuro” en  Documentación Social nº 111 pp. 31-38.

[4] Ibáñez, J. (1997): A contracorriente. Madrid. Fundamentos.

[5] Alonso, L.E. (1997): “Universidad pública, no tan pública” en EL Viejo Topo, nº 109, pp.53-58

[6] Capella, J.R. (2009): “La crisis universitaria y Bolonia” en EL viejo Topo, nº 252,pp. 9-15.

 

[7] Han Byung-Chul (2012), La sociedad del cansancio, Barcelona, Herder.

[8] El término burbuja universitaria procede de un articulo de  Antonio Valdecantos http://elpais.com/elpais/2013/01/17/opinion/1358431523_646350.

En dicho texto analizaba la creación de dicha burbuja académica y como permitía ocultar la relación histórica entre las empresas y las universidades española: “El hecho decisivo se silencia con el mayor pudor: la burguesía española posee un desinterés congénito por todo lo que sean estudios sin aprovechamiento económico o ideológico contante y sonante. Esto, que es antiquísimo, no ha variado en los últimos tiempos y no amenaza con volverse del revés. Lo único nuevo que ocurrió a partir de cierto momento fue que a los empresarios se les dio toda clase de facilidades para montar pequeños negocios (o no tan pequeños) en la universidad, a medias con profesores dinámicos, ávidos de ingresos extra. Creer que el capital privado puede sostener la universidad española se funda, en el mejor de los casos, en una ignorancia completa de lo que aquí es el capital privado y de lo que en cualquier sitio debe ser la universidad. Pero la ignorancia no es ningún estorbo para el éxito ideológico, y entre nosotros la ideología de la excelencia llegó a imponerse con rapidez como un signo ineluctable de los tiempos.”

[9] Derek, Bok, (2010) Universidades a la venta. La comercialización de la educación superior, Valencia, PUV

[10] Grafton, Anthony (2010) “Gran Bretaña: la vergüenza de las universidades” en Pasajes, nº 33, pp. 43-60

[11] Furió, Antonio (2010) “El futuro dela universidad” en Pasajes nº 33, pp 7-20.

[12] Gómez, Lucia; Jódar, F (2013) “Ética y política en la Universidad española: la evaluación de la investigación como tecnología de la subjetividad” en Athenea Digital nº 13 pp. 81-89

[13] En el monográfico de la revista Arxius nº31, significativamente titulado ‘La precariedad laboral en la universidad de la excelencia’ sus coordinadores Antonio Santos, Maria Poveda y David Muñoz muestran, a través de los artículos del monográfico las dimensiones  empíricas y teórias de dicha precarización.

[14] Una memoria que Francisco Pereña (2010:142 ) ha recuperado enlazándola a la suya propia en su reflexión autobiográfica titulada ‘Incongruencias’ . En este texto publicado por la editorial síntesis escribe: ”Hay una modernización del Estado al ir desapareciendo la inercia franquista sobre todo de los aparatos y dispositivos económicos.Pero en esa operación va incluido el desprecio y el maltrato a lo público, como si el campo dela racionalidad y la tan cacareada eficacia se correspondiera con la privatización de lo que constituye el corazón dela vida colectiva la sanidad, la educación y la asistencia social.”

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